Interiorismo

Testimonio singular

Entrar en la casa de la calle de Muntaner es dejarse llevarse por el tiempo y adentrarse en la opulencia y la sofisticación de una época ya pasada, cuando para ser rico, además, había que demostrarlo. Desde la magnificente escalera de mármol hasta el más pequeño detalle ornamental, estos espacios son testimonios excepcionales del gusto de una clase social que, en sintonía con el régimen de la época, quería aparentar su poder.

Aunque Muñoz Ramonet conservó la estructura arquitectónica de Sagnier, encargó una reforma integral de los espacios interiores de la casa a Herráiz y Cía., en aquellos momentos, una de las empresas más importantes de decoración en España, especialmente en Madrid. Antonio Herráiz era el decorador preferido de la aristocracia española y autor de muebles que decoraban ministerios, hoteles y domicilios particulares. Especializado en la producción de mobiliario y bronces de lujo, vivió en los cuarenta y cincuenta del siglo XX la época de mayor producción.

Un interior con grandes salones à la Proust

El interior de la casa se estructura a partir de un gran vestíbulo —cubierto por una claraboya— en torno al cual se distribuye una serie de estancias representativas, como el gran comedor, decorado con pinturas inspiradas en La Odisea, de Homero, o la sala goyesca, de estilo Carlos IV, decorada con pinturas murales que representan a damas, majas y chulapos. En el interiorismo prevalece el concepto de decoración integral. Basándose en los estilos europeos de los salones y muebles del barroco y rococó, encontramos un conjunto de salas ricamente preparadas con espejos, boiserie, relieves y cornisas de escayola, doraduras, suelos de mármol y parqués decorativos. Así se conservan la sala de música —o de los espejos— con un imponente piano de cola del último cuarto del siglo XIX, de la prestigiosa casa francesa Erard; la sala de baile —decorada al estilo de los Luises—; o la sala del aperitivo, que recuerda al estilo de los clubs privados ingleses (gentlemen’s clubs). En este entorno no es difícil imaginar las fiestas y recepciones de los años cincuenta, con la plana mayor de la sociedad civil catalana de la época.

En el vestíbulo de la planta baja hay una escalera suntuosa que da paso al piso superior. En esta planta se encontraban las habitaciones privadas de la familia, identificadas como las del señor, la señora, las hijas y las del día a día; todas ordenadamente distribuidas en torno a una galería, de estilo neorrenacentista, abierta al vestíbulo principal, con elegantes columnas y arcos de medio punto.

Con la reforma de 1950, la segunda planta, antes reservada al servicio, se convirtió en una planta dedicada al ocio, con una biblioteca sala de billar, una sala de cine y habitaciones de invitados; en cambio, los lavaderos del sótano se transformaron en las habitaciones del servicio, la cocina, la cámara frigorífica y la bodega, cumpliéndose, así, la tradición inglesa de situar a las clases acomodadas arriba y a las clases populares abajo.

Un conjunto homogéneo de estilo clásico

Antonio Herráiz, que había decorado embajadas y algunas estancias de las casas de la infanta María Teresa, el infante Carlos o el Palacio Real de Madrid, diseñó un conjunto homogéneo de estilo clásico, en el que destaca el interés de las salas de la planta baja. En estas salas, objetos de las artes decorativas como alfombras, tapices, bronces, cerámicas y mobiliario se conjugan con los elementos ornamentales aplicados a la arquitectura, como pinturas murales, cornisas, puertas, etc., para dibujar un espacio clásico, conservador y elegante.

El mobiliario de la casa es la clave de la reproducción de los salones historicistas planteados por Herráiz. Los muebles recuperan los estilos españoles y europeos de los siglos XVIII y XIX, y tienen un valor patrimonial que cobra sentido en un contexto de clara relevancia artística.

Los ambientes ofrecen una mezcla equilibrada de modelos distintos, donde Herráiz combina diferentes tejidos en cortinajes y tapicerías, una paleta colorida y variaciones de estilos similares. En las salas más grandes organiza el mobiliario en pequeños grupos, y eso proporciona un aspecto dinámico y variado. Algunos ejemplos de los excelentes trabajos de ebanistería presentes en la casa son el par de cómodas de la sala de baile, a imitación de las que tenía Luis XIV en su despacho de Versalles, o el sofá de caoba, de estilo fernandino, de la sala goyesca, con cisnes tallados en color crema que decoran el respaldo. El motivo de los cisnes en esta sala se repite en el diseño de la cenefa perimetral de la alfombra, que ejemplifica la idea de diseño integral mencionada.

La calidad excepcional del mobiliario se complementa a la perfección con el alto nivel de la metalistería, sobre todo por la belleza de los bronces. En la casa destacan, especialmente, arañas imponentes con sartas de cristal tallado, conjuntos de candelabros que combinan elementos escultóricos de fundición de bronce con fustes de mármoles de colores, y las puertas de paso, de cristal y bronce, con montantes decorados con incensarios y hojas de roble y olivo.

Siguiendo las tendencias decorativas preferidas de la burguesía de posguerra, y emulando el espíritu aristocrático anterior a la Revolución francesa, relojes y grandes jarrones cerámicos, de fines del siglo XIX y primera mitad del XX, a imitación de porcelanas francesas y sajonas del siglo XVIII, ornamentan cada sala. Es muy posible que la misma Casa Herráiz fuera la proveedora de algunos de estos objetos decorativos de importación.

Las grandes alfombras de lana, hechas a mano, con estética clásica, redondeaban la recreación de los diferentes ambientes. Elaboradas por encargo en la Casa Aymat, abundan las referencias al estatus y ascenso social de Julio Muñoz Ramonet, consolidado a través de su enlace con Carmen Villalonga. En las diferentes estancias encontramos motivos como cuernos de la abundancia, águilas o cisnes, que forman parte del dibujo, así como referencias explícitas a los apellidos familiares en la representación de escudos y las iniciales M y V integradas en los diseños.

Maestros de las artes aplicadas

Poco queda de la decoración de los tiempos de los Fabra, salvo reminiscencias entre las que cabe destacar el conjunto de vitrales, de gran valor artístico y patrimonial. Los más antiguos son los vitrales del oratorio, en la galería del primer piso, firmados por Antoni Rigalt & Cia. (1890-1903), fechados entre 1901 y 1903, y dedicados a santa Emilia y san Jorge. Es posible que fueran trasladados aquí provenientes de la capilla de una antigua residencia del primer marqués de Alella, en la rambla de Canaletes. La casa Rigalt, de vitrales, era un taller consolidado como uno de los mejores de Cataluña. De estilo premodernista y de carácter historicista, esta pareja de vitrales son de un alto nivel técnico, y las partes policromadas tienen un tratamiento pictórico exquisito, posiblemente elaboradas por el mismo Antoni Rigalt.

Igualmente, la claraboya del vestíbulo principal es de la casa Rigalt, Granell & Cia. (1903-1923), que era la empresa de referencia de Enric Sagnier, y pertenece al periodo de máxima producción de este taller. Instalada hacia 1922 —en el momento en que se terminaba el edificio—, tiene un diseño de inspiración clásica que sigue la corriente novecentista. Muñoz Ramonet personalizaría el vitral original cambiando los escudos nobiliarios del marqués por la inicial M de su apellido. En el Museo del Diseño de Barcelona, en el archivo del fondo Rigalt, se guarda el dibujo original del proyecto.

Por otra parte, los tapices de la fundación también son objetos de una importancia artística relevante. Se trata de un conjunto de siete tapices, de los siglos XVI a inicios del XVIII, de origen flamenco, francés y holandés. El arte textil del tapiz era un recurso que vestía las estancias de solemnidad y sobriedad, al tiempo que proporcionaba calor, y estuvo de moda durante siglos.

Un primer grupo está formado por cuatro tapices de Bruselas, históricamente, uno de los centros principales de producción de tapices en Europa, conocido por su alta calidad. De estas piezas, hay dos —una del siglo XVI y otra del siglo XVII— que representan episodios de la vida de Tobías y la vida de José, respectivamente. Los otros dos tapices, ambos del siglo XVII, representan escenas de Venus, extraídas de Las metamorfosis, de Ovidio. Los últimos, aunque carecen de las preciadas marcas de Bruselas, son atribuibles también a esta ciudad.

Un segundo grupo está formado por dos tapices de Aubusson, en Francia. Uno muestra el matrimonio entre Paris y Helena, personajes de la mitología griega, y data del siglo XVII; el otro, de principios del siglo XVIII, representa un episodio de la leyenda de Cupido y Psique, del libro Las metamorfosis, de Lucio Apuleyo. La manufactura de Aubusson, en aquella época, estaba a la altura de competir con la manufactura real de Gobelins, de París.

El tercer grupo estaría formado por un solo tapiz, posiblemente de origen holandés, del siglo XVII, con una representación del regreso de Orestes e Ifigenia a Áulide.