Arquitectura

Un nuevo paradigma de ciudad

Testimonio de la opulencia de la burguesía catalana de entre siglos, cuando Sant Gervasi se convirtió en una zona de casas unifamiliares rodeadas de jardín, la finca fue una de las pocas de principios del siglo XX que permanecieron prácticamente intactas.

Cuando el siglo XIX entraba en la recta final y la revolución industrial ya había asentado una burguesía fuerte y adinerada, la alta sociedad barcelonesa se instalaba en espacios propios en la ciudad. La inauguración del tren de Sarrià en 1863 hizo posible que muchas familias acomodadas trasladaran su residencia a la zona alta de la capital catalana.

El empresario textil Ferran Fabra i Puig (1866-1944), segundo marqués de Alella y alcalde de Barcelona (1922), compró un extenso terreno en la calle de Muntaner —entre las calles de Marià Cubí y del Avenir— y encargó su edificación al arquitecto Enric Sagnier i Villavecchia (1858-1931), entre 1917 y 1922. El encargo consistía en construir varias casas: la casa principal de la calle de Muntaner, para él; la torre de la calle del Avenir, para su hija; y dos torres más en la calle de Marià Cubí, para sus hijos, las cuales fueron vendidas por sus descendientes. Sagnier añadió, además, la portería de la finca en 1921.

En 1945, las nietas del marqués vendieron lo que conocemos hoy del terreno, con la valla y las edificaciones que todavía se conservan, a los hermanos Julio y Álvaro Muñoz Ramonet. Años más tarde, Julio compraría la parte de su hermano, y se convirtió, así, en propietario único de la finca en 1952.

Sagnier y la tradición novecentista

De inspiración renacentista, la casa principal tiene una superficie de 2.100 metros cuadrados, divididos en cuatro plantas y una azotea, en la que destacan dos torres. La fachada principal, la más ornamentada, está centrada por una triple arcada que se abre al jardín, bajo una balconada de balaustres de piedra y un piso superior con galería —abierta, en origen— con arcos de medio punto. Sagnier juega aquí con aberturas enmarcadas por volutas y cartelas de piedra tallada, así como con los coronamientos de las torres de la azotea, con barandillas y cornisas que recuerdan a la tradición plateresca de la arquitectura castellana. El acabado de las fachadas mantiene un estilo pulcro y clasicista propio del novecentismo y característico del arquitecto en sus construcciones de aquellos años. Finalmente, el perímetro del edificio está rodeado por un patio inglés, coronado con vallas de hierro forjado, que regala luz natural al sótano.

Después de comprar la finca, Muñoz Ramonet hizo algunas modificaciones en la casa principal, como levantar un piso encima del porche de entrada o cubrir la galería seguida externa de la segunda planta. Aun así, se puede decir que el edificio conserva prácticamente la totalidad de la estructura original del proyecto de Sagnier. En el balcón central de la primera planta todavía se puede ver el escudo del marqués de Alella, rodeado de volutas y hojas de acanto, así como también las farolas exteriores, cerramientos de forja y puertas de madera, todo del primer cuarto del siglo XX.

En este entorno y rodeado del jardín que establece simetrías con los edificios, los visitantes pueden perderse en la majestuosidad simple de los detalles arquitectónicos y trasladarse fácilmente a otra época.

La torre de la calle del Avenir

Conocida también como la torre Inés Fabra, la torre con entrada por la calle del Avenir fue construida para la hija del marqués. Tiene una superficie de más de 820 metros cuadrados y cuatro plantas. Enric Sagnier diseñó un edificio clasicista, de estilo neorrenacentista, que tiene la influencia de la tradición francesa de la arquitectura urbana y burguesa, de los hôtels particuliers.

Construida a cuatro vientos, busca la simetría en las fachadas y las estancias se disponen armoniosamente en torno a un espacio central diáfano y a la escalera noble. El interior está formado por espacios amplios y regulares, dispuestos de manera simple y ordenada, que confluyen siempre en el centro, distribuidor de cada planta, con una estructura sencilla y racional.

Este orden interno se manifiesta en el exterior por medio de las aberturas, vertebradas en ejes verticales. La sensación de verticalidad viene remarcada por las pilastras adosadas a los muros, hechas de estuco texturado a imitación de sillares de piedra, que sostienen visualmente la cornisa que corona el edificio. Cabe destacar la calidad de los acabados de sus encuadres, a base de estucos moldurados que despliegan un repertorio de elementos clásicos como pilastras, capiteles, cartelas de hojas de acanto, cuarterones, frisos y modillones de inspiración corintia. La fachada de la entrada principal incorpora un conjunto de tres vitrales atribuidos a la casa Rigalt, Granell & Cia., de gran importancia artística.

 

Del mismo modo que hizo con la casa principal, cuando Muñoz Ramonet adquirió la finca mantuvo la estructura arquitectónica de la distribución del espacio interior, pero encargó a Antonio Herráiz el proyecto de redecoración. De la reforma se conservan los pavimentos de losas de mármol gris y parqués, así como puertas y revestimientos de madera, molduras de escayola —que adornan los muros y techos y la barandilla de la escalera principal— y un gran lampadario de cristales tallados que domina el interior de los dos primeros pisos. Asimismo, destaca la ornamentación delicada del salonet de la primera planta, con rocallas y pájaros modelados en alto relieve.
Julio Muñoz reservó la torre como vivienda para su madre, Florinda Ramonet Sindreu. Cuando murió, las salas y habitaciones privadas se transformaron en despachos y salas de reuniones de las empresas familiares.